A una poeta inocente




No hay un verso manchando algún cuaderno,
ni frases que hacen guiños a los claustros.
Se enamoró de las calles,
de la gente, de los árboles,
mientras disfrutaba de la angustia de las aves.
Su lápiz es inútil cual espada
y a su paso palidecen los espejos.
No quiere que los atardeceres púrpuras
y las lluvias
y las manos de una amiga
y los labios inquietos de un chico
y la piel que se extiende por su cuerpo,
se marchiten en una escala de grises.
Ella es poema,
el poema que navega boca arriba
mientras el río se lo lleva lejos.
Su cuerpo  no se mueve como antes,
tiene frío y se tiene a ella.
Y  su sonrisa  sale desde el fondo
y el universo sabe reflejarse en sus ojos.

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