Los cabellos de la chica cuidan la bolsa,
lleva un sueño envuelto en su sonrisa
y sus ojos se pierden en una silla vacía
o en un paisaje difuso.
Trato de asirla y sentirla,
pero un pequeño bostezo
da fin a mi vida.
La veo alejarse,
mientras mis pies disipan un camino,
que siempre se dirige a otro lado, lejos;
Hacia el fondo.
Un lobo asomado en la ventana, dos chicas y
las luces de una ciudad desierta,
convergen una noche
y se enredan en los juegos del tiempo.
Una luna caprichosa revela su filo,
les arrulla y sonríe,
ascenderán hasta el cielo;
son soles a la espera de iluminar ausencias.
Ve la sonrisa de la mujer amada
y el mundo en ruinas a su espalda,
oscurece sus trazos y revive
en el instante exacto del florecimiento.
Camina por ciudades dulces y luminosas,
de suaves monumentos a la brisa,
develando el centímetro a su paso.
Ella, en su último rincón, aguarda,
Pasa los dedos por su cabello,
Lo mira a los ojos; se agazapa.
He recorrido el camino de los soles,
la abrasadora fidelidad del can mayor,
la debilidad en el talón del arquero,
el infame poder de Betelgeuse,
la pétrea defensa de Algol,
La dualidad incierta del brillo del centauro.
Buscando el centro, en mi sistema,
he huido de un barquero en los confines,
sólo para conocer el origen azul del mar y el cielo,
antes de sentir el filo doloroso del destino.
He percibido la inmensa bondad del trueno,
el miedo y el pánico que forjó la espada,
la belleza que guarda la fecundidad,
los límites inciertos del amor y la razón.
Hasta llegar al corazón amarillo de una tarde
y sospechar a la espiral que se acrecienta.
Pero heme hoy aquí, sentado, incierto;
abrazando una oscuridad que extingue estrellas.
No existe un solo día en esta vida,
en que el mundo no destruya sus castillos.
Ha de pensar entonces la mañana,
que no se debe levantar y seguir
el ayer que reclama su destino.
No existe algo que brille y no se apague
de repente; del todo.
No veras de nuevo las montañas,
ni los ríos, ni disfrutarás del baile de las plantas,
ni los rostros que en la calle te sonríen,
Ni el olor de una chica en la mañana.
No volverán a escucharse los murmullos
de mujeres en su fondo enamoradas,
los reclamos de los viejos olvidados,
los regaños de las madres preocupadas,
ni esa canción con la que amaste, tarde,
en la mañana.
Sí eso que sentiste ya ha pasado,
qué queda, porqué debe quedar.
Ahí van poetas que sin pala ni farol renuncian a la furtividad de la noche para atravesar las majestuosas montañas y buscar tonalida...
